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"El patrimonio cultural nos pertenece a todos: En busca de la conservación de la memoria material e inmaterial."

 
Por Beatriz Aguilar Sánchez
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Beatriz Aguilar Sánchez es egresada de la Licenciatura en restauración de bienes culturales

por la ENCRyM-INAH.

Ha laborado como conservadora y comisario de exposiciones de tránsito nacional e

internacional de obras del INBAL, como restauradora del acervo iconográfico de la

Cineteca Nacional y actualmente labora en la supervisión y coordinación de proyectos de

conservación y restauración en la Dirección General del Patrimonio Universitario (UNAM).

Su aproximación a acervos tan bastos y diversos, le han permitido experimentar la riqueza

artística y cultural de México, así como los retos manifiestos en el manejo de obras de

diversa materialidad y temporalidad.

¿Qué implica la restauración o conservación del patrimonio cultural? Ciertamente, la acción del restaurador puede llegar a ser bastante interpretativa, ya que muchas veces como agente externo, dotado de un lenguaje técnico especializado, se evoca a la recuperación de una serie de valores en los bienes culturales o artísticos, que no necesariamente son los que le atribuyen los otros actores en escena: los usuarios del bien. Como mencionan Mauricio Jiménez y Mariana Sainz, en el ensayo titulado ¿Quién hace al patrimonio? Su valoración y uso desde la perspectiva del campo de poder, no obstante que se reconoce al patrimonio cultural como una propiedad colectiva de los ciudadanos, “su acceso generalmente es mediado por las instituciones o aparatos culturales diseñados para su presentación, interpretación y consumo” (Jiménez y Sainz, 2011), por lo que en el intrincado proceso de la interpretación de los bienes[1] existe un “predominio del discurso objetivista, ya sea científico o retórico, en el que los profesionales constituyen una “zona de expertos” que inhibe la participación social en la toma de decisiones” (Pasco, 2015), alterando la vinculación con el grupo que consecuentemente es heredero de dicho capital cultural.

La existencia consolidada de la Conservación y Restauración como disciplinas encargadas de la atención, salvaguarda y difusión de la herencia cultural de los diversos grupos culturales, es relativamente joven. Su contexto de origen, está enclavado en la visión europea de los siglos XIX y XX, especialistas como Eugene Viollet-le-Duc, John Ruskin, Cesare Brandi, Paul Philippot (Muñóz Viñas, 2003) por mencionar algunos, dieron paso al consenso y definición de los códigos éticos, aproximaciones técnicas y metodológicas que debían emplearse para la intervención de bienes artísticos y culturales.

Desde su concepción, coadyuvada por la visión de múltiples disciplinas insertadas en la ciencias antropológicas, sociales y exactas, la Conservación ha ido construyendo gradualmente las pautas, criterios, leyes y convenios que permiten definir el amplio universo de lo que denominamos patrimonio, y en ese sentido clarificar que objetos, monumentos, espacios, conocimientos, documentos o memorias deben ser conservados y por qué es importante hacerlo.[2](UNESCO, 1972).

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Imagen 1. Vista de la obra “L'Exécution de Maximilien” de Édouard Manet, en la exposición permanente de la National Gallery, Londres, UK. Como dato curioso se sabe que después de la muerte del artista, el lienzo fue cortado en pequeños fragmentos y vendidos por separado. El pintor Edgar Degas compró todos los fragmentos conservados y volvió a montarlos en un mismo lienzo. Fotografía por Beatriz Aguilar.

Ahora bien, desde la formación académica, los especialistas somos concientizados sobre la normativa de acción tanto legal como ética que debe acompañar a la práctica técnica relacionada con la intervención de objetos patrimoniales. Las diversas Cartas del Restauro escritas a lo largo de la historia[3] forman parte de la cátedra formativa impartida en las escuelas y universidades que nos matriculan en esta disciplina; pero no solo eso, sino que se convierten en instrumentos rectores que vitaliciamente definen (mayormente en occidente) una praxis ética, apegada a los lineamientos internacionales convenidos. Así mismo, debido a la complejidad circunscrita en el estudio de los objetos entendidos como bienes culturales, también resulta vital considerar el análisis detallado de otras características relacionadas a dichos bienes, como son: el contexto que circunda al objeto per se, su origen, su función, significado, quién o quiénes producen/produjeron dicho objeto, la coyuntura tempo-espacial, así como el valor o serie de valores que le confiere la sociedad que le ostenta o resguarda; esto en suma, determina que la conservación y resguardo de un objeto sea relevante.

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Imagen 2. Dictamen del estado de conservación de la obra “Retrato del Papa Julio II” de Rafael Sanzio, durante su préstamo temporal como parte de las exposiciones "Leonardo da Vinci y la idea de la belleza" y "Miguel Ángel Buonarroti. Un artista entre dos mundos"en el Museo del Palacio de Bellas Artes, Ciudad de México. Fotografía por Beatriz Aguilar.

Imagen 3. Prácticas profesionales de las alumnas de la ENCRyM, donde se llevó a cabo la observación detallada de la policromía plasmada al interior de la Capilla de la Letanía, en El Llanito, Dolores Hidalgo, Guanajuato. Fotografía por Itzel Sánchez.

Sin embargo, un fenómeno que se replica frecuentemente como resultado de la súper especialización inherente al estudio del patrimonio, o bien a la agenda restrictiva del marco institucional, es la carencia de un análisis panorámico e integral que incorpore la función de otros agentes sociales que juegan un papel fundamental en la conservación y reconocimiento del patrimonio cultural: los usuarios con discursos no especializados. Es claro que todos, como entes relacionados a una estructura social, dotamos a los objetos de valores, creamos historias a su alrededor, les atribuimos simbologías y códigos; los mitificamos e insertamos en una intrincada red que sostiene la construcción de nuestra visión cosmogónica. Los objetos funcionan como una evidencia tangible, la cual frecuentemente es empleada para el reforzamiento del conocimiento y saber efímero o intangible; a través de su reconocimiento y difusión dentro de un grupo social, se busca replicar y decodificar en la memoria colectiva su contenido, y así prolongar su existencia hacia futuras generaciones. Pero también sucede, que, en la vorágine de los tiempos cuya naturalidad es el cambio, este reconocimiento o significación también tiende a transformarse y en ocasiones a perderse. Por ello, parte vital del trabajo del conservador y de los proyectos que busquen por un lado la recuperación de la estabilidad material de los bienes, además de los valores contenidos en dicho bien; es la difusión del objeto en aras de promover una re-vinculación de su contenido con la sociedad que lo circunda. Mientras, por su parte, los usuarios u observadores deberían accionar desde su visión los cuestionamientos propios que los lleven a recuperar la significación dada a un objeto o incluso traerla a la más actual y contrastar si dicho bien cumple la misma función con la cual fue creado en origen.

La vinculación positiva entre un objeto y su/sus depositario/s puede estar dinamitada a partir de aspectos tan universales como: una asociación personal hacia los objetos, la significación del objeto como símbolo o representación de un valor sustentado en un marco social y ritual. Como un ejemplo de esta relación positiva, puedo recordar mi participación en el dictamen de la obra “Las tres edades” de Saturnino Herrán[4]; durante el cual Patricia Ledesma, personal del Museo de Aguascalientes, nos compartió, con un atisbo de lágrimas en sus ojos y una gran emoción, la experiencia estética que esta obra le generaba. De igual forma resulta asombroso cuando estas emociones se desarrollan de manera exponencial a través de una comunidad entera; tal es el caso de El Llanito, población en la que se encuentra la Capilla de la Letanía (INAH, 2014) y en la que fue posible coordinar actividades dirigidas a los habitantes con la intención de marcar una pauta para reafirmar su compromiso con este inmueble. Fue así que durante mi paso por el STROM[5], además de prácticas profesionales de restauración y una investigación científica exhaustiva tendiente a su estabilización material, se organizó la lectura del Rosario, correspondiente a la iconografía plasmada en la pintura mural dentro de la Capilla, oficiado por las expertas oradoras del pueblo ante la comunidad asistente, mientras se alumbraban las imágenes plasmadas en la capilla y que ilustran dicha letanía. El resultado fue sensacional: rostros asombrados de niños y adultos admiraban las imágenes al compás del Rosario, como si las escenas de la Virgen María fueran ilustradas con verdaderas imágenes enfrente de todos los asistentes.

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Imagen 4. Patricia Ledesma gran admiradora del pintor Saturnino Herrán, junto a la obra “Las tres edades. Fotografía por Beatriz Aguilar.

En este caso, podemos ver que los objetos funcionan como mediadores “de experiencias sobre la forma en que está articulado nuestro mundo” (Heidegger, 2016). Para aquellos que hacen uso de la herencia cultural, ven en la transmisión de los conocimientos ancestrales, una guía que da sentido a su visión del universo, siendo los objetos un medio importante (no el único) a través del cual puede ser capturada la memoria y heredada a la progenie. Acorde al filósofo y sociólogo Jean Braudrillard, los objetos son portadores de una función social y de significación, ya que son elementos que permiten la narración, recuerdan, testimonian, documentan, archivan (Bahntje, et al, 2007). De ahí su relevancia como elementos de identificación para un individuo o una sociedad.

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Imagen 5 y 6. Parte de la comunidad de El Llanito al interior de la Capilla de la Letanía, durante el rezo del Rosario de la Virgen María, organizado por las alumnas del STROM como parte de la segunda temporada de trabajos de conservación y restauración de la pintura mural en el 2013. Fotografías por Daniela Ortega y Luanda López.

Como comentan Jiménez y Sainz: “La conservación de un objeto depende en buena medida de la posibilidad de identificar en él algún valor para una comunidad que haga deseable su preservación” (Jiménez y Sainz, 2011, p.16). Partiendo del argumento anterior, es relevante cuestionarse: ¿Por qué se restaura o conserva algo? ¿Qué hace a un objeto en particular merecedor de ser rescatado a diferencia de otros como resultado de la producción humana? Y en el plano más profundo: ¿Para quién y para qué se restauran y conservan dichos objetos?

 

¿Cómo se explicaría que incluso existiendo la infraestructura de atención para la conservación de un mural, por ejemplo, un usuario recargue por descuido su pie sobre la superficie pictórica recién restaurada? Así sucedió durante la restauración de una obra mural contemporánea plasmada en las instalaciones de un recinto de educación pública, como parte de las acciones del programa de conservación.

Casi al término de la intervención (que fue llevada a cabo por especialistas en el tratamiento de murales), el residente de obra observó casualmente cuando uno de los usuarios de dicho edificio, se recargó con el pie sobre uno de los muros recién restaurados. Esto resultó inaudito a los ojos del residente, pues parte del equipo de trabajo y andamios seguían trabajando contiguos a ésta área donde el usuario estaba reposando distraídamente. Acto seguido, decidió dialogar con él, haciéndole hincapié en que el mural era importante no solo para la institución ya que conforma parte de su patrimonio artístico, sino porque además este bien artístico funciona como un testimonio de la historia del plantel y un elemento que vincula el saber con el disfrute del mismo.

En su momento, este episodio aunque agridulce pero sumamente didáctico (y en ese aspecto enriquecedor), nos hizo re-plantearnos cómo es que la comunidad estudiantil configura y asimila los elementos u objetos que personifican su herencia cultural, una que aparentemente no tienen configurada en su imaginario; surgieron preguntas como: ¿Quién se encarga de vincular a esta sociedad en particular con lo ya prescrito en los recintos que fungen como espacios formadores?, ¿Cuál es el reconocimiento y función actual de dicho mural en la cotidianeidad de la comunidad académica?, ¿Deberíamos considerar la difusión del patrimonio a partir de la visión de las personas que están directamente relacionadas con su uso y consumo? Lo cierto es que aunque exista un aparato de atención especializada, que se encarga de la conservación del patrimonio de este recinto, la difusión y conexión activa entre todos los actores sigue siendo una estrategia indispensable para lograr asentar alguna conciencia en los usuarios inmediatos, y con ello coadyuvar en la conservación de los bienes culturales como lo es este mural.

 

En una situación ideal donde la intervención de una obra no estuviera supeditada a los alcances económicos o del cronograma de trabajo, los especialistas de la conservación deberíamos promover en la sociedad que es usuaria inmediata del patrimonio, su reconocimiento y apropiación. Pero no a través de la legitimación de un discurso oficialista, estéril y alienado de la memoria y uso social, “si el observador se cuestiona no qué significa para él un objeto del pasado, sino cómo es que está ahí, entonces se podría pensar en un rompimiento en las formas en las que éste lo incorpora a su horizonte cultural” (Jiménez y Sainz, 2011, p.19).

 

Si bien estamos lejos del anhelado arquetipo de la conservación integral del patrimonio, el reto es precisamente trabajar a partir de los casos donde el detrimento de la herencia cultural, así como la pertinencia de la conservación y restauración de la misma, son el escenario habitual; proponer planteamientos discursivos que sean vigentes, aquellos que fortalezcan el ejercicio consciente y voluntario en las comunidades sobre la insustituible relevancia del arte, la cultura y su función como componente que contribuye a la identidad y riqueza de un espacio y en ocasiones de las comunidades per se.

 

¿Qué fibras habría que tocar para lograr que esta gran orquestación que implica la conservación del patrimonio funcione y sea meritorio de la atención y aprecio de todos los participantes, usuarios y especialistas? Tal vez podríamos comenzar a reforzar no solo la metodología y herramientas que se encargan de la recuperación material acorde a una sola lectura, doctrinal e institucional. ¿Deberíamos desarrollar paralelamente instrumentos para transmitir o facilitar en nuestras comunidades la experiencia estética potencial que los objetos artísticos y culturales les reservan?

[1] Que incluye el reconocer, interpretar, conservar, intervenir, distribuir y reproducir el contenido de dichos objetos.

[2] Acorde al artículo 1º de la Convención sobre la Protección del Patrimonio Mundial, Cultural y Natural de la UNESCO de 1972, se denomina como patrimonio a los monumentos tales como “obras arquitectónicas, de escultura o de pintura monumentales, de elementos o estructura de carácter arqueológico, grupos de elementos, que tengan un valor universal excepcional desde el punto de vista de la historia, del arte o de la ciencia…incluidos los lugares arqueológicos que tengan un valor universal excepcional desde el punto de vista histórico, estético, etnológico o antropológico”.

[3] La Carta de Atenas, 1931; La Carta de Roma, 1931; La Carta de Venecia, 1964; La Carta de Roma, 1972; La Carta de Burra, 1979; La Carta de Cracovia, 2000.

[4] Dictamen realizado con motivo de la curaduría para la exposición “Les Mexique de Renaissence”, que tuvo lugar en las Galerías Clemenceau del Grand Palais en París, Francia entre octubre del 2016 y enero del 2017.

[5] Seminario Taller de Restauración de Obra Mural impartido en la Escuela Nacional de Conservación Restauración y Museografía – INAH.

Referencias

  • Avrami, Erica C., Randall Mason, and Marta De la Torre. (2000). Values and Heritage Conservation: Research Report. Los Angeles, CA: Getty Conservation Institute. [consultado el 23 diciembre 2020]. Disponible en: http://hdl.handle.net/10020/gci_pubs/values_heritage_research_report

  • Bahntje, M., Biadiu, L., Lischinsky S. (2007). “Despertadores de la memoria. Los objetos como soportes de la memoria”, II Jornadas Hum. H.A. Bahía Blanca, Argentina. [consultado 15 diciembre 2020]. Disponible en:

  • Grand Palais. (2017), Mexique (1900-1950). Diego Rivera, Frida Kahlo, JC Orozco and vanguards. [consultado 20 diciembre 2020]. Disponible en: https://www.grandpalais.fr/en/event/mexique-1900-1950

  • Heidegger, M. (2016), “El origen de la obra de arte”, Editorial La Oficina, España.

  • Instituto Nacional de Antropología e Historia. (2014). “Restauran pintura mural de la capilla de la letanía en el Santuario del Señor del Llanito, Dolores Hidalgo”, de Boletines INAH. [consultado 2 enero 2021]. Disponible en: https://www.inah.gob.mx/en/boletines/2167-restauran-pintura-mural-de-la-capilla-de-la-letania-en-el-santuario-del-senor-del-llanito-dolores-hidalgo

  • Jiménez Ramírez M., Sainz Navarro M. (enero-junio 2011). “¿Quién hace al patrimonio? Su valoración y uso desde la perspectiva del campo de poder”. Intervención. Revista Internacional de Conservación, Restauración y Museología. N°. 3 Año 2, p. 17.

  • Muñoz Viñas, Salvador. (2003). Teoría contemporánea de la restauración. Editorial Síntesis. Madrid, España.

  • Pasco Saldaña, G. (2015). “La apropiación social del patrimonio cultural como eje para su gestión y conservación en contextos urbanos”. En 2º Encuentro Nacional de Gestión Cultural. Diversidad, tradición e innovación en la gestión cultural. Tlaquepaque, Jalisco. [consultado el 12 diciembre 2020]. Disponible en: https://observatoriocultural.udgvirtual.udg.mx/repositorio/bitstream/handle/123456789/275/2ENGC063.pdf?sequence=1.

  • UNESCO. (1972). Convención sobre la Protección del Patrimonio Mundial, Cultural y Natural.

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